Mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios
Si miramos a Jesús en su andar, le seguiremos como lo hicieron los discípulos de Juan; y Él ha venido a nosotros justamente para esto, no solo para buscarnos y salvarnos, sino para conducirnos fuera del lugar donde nos encontró. Estábamos muertos para Dios, tratando de buscar nuestra felicidad en medio del encanto e inmundicia de este mundo. Sin embargo, vino a este mundo, siendo santo y puro en medio de toda la putrefacción moral que había en este lugar, y lo hizo para separarnos para Él, acercarnos y sacarnos del mundo. ¡Oh, miremos cómo anduvo! Qué maravillosas fueron sus pisadas desde el pesebre al monte de gloria; desde Getsemaní al Calvario; desde la muerte a Emaús y al aposento alto en Jerusalén; desde Betania a la diestra del Padre.
No podemos hallar ninguna falta en Él. Lo peor que sus enemigos pudieron decir, luego de investigar más de cerca, fue lo siguiente: «Este es amigo de los pecadores». Pero Él no solo estaba libre de todo mal, también estaba lleno de todo bien. Él es el Cordero de Dios; la gentileza y mansedumbre de Cristo se manifestaron en cada una de sus pisadas; su simpatía y compasión divina se manifestaron en todos sus caminos. Si te sientes triste y deprimido, mira a Aquel que caminó junto a aquellos dos discípulos que viajaban juntos a Emaús (Lucas 24). Si un gran dolor te ha abatido, mira a Aquel que caminó con María hacia la tumba de su hermano, y ve las lágrimas que había en Su rostro.
Si quieres que tu corazón se llene de adoración, míralo cuando dice: «más para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago. Levantaos, vamos de aquí» (Juan 14:31). Míralo seguir su camino de profundo sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios; y esa voluntad era que nosotros pudiésemos ser conducidos por Él al conocimiento del Padre, de su corazón y de su casa. Permanezcamos firmemente aferrados a Él con todo nuestro corazón.
J. T. Mawson