Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.
En los tiempos del apóstol Pablo había falsos maestros en Galacia que estaban tratando de pervertir las buenas nuevas. Lo estaban intentando, pero no habían tenido éxito. Estaban perturbando a los cristianos gálatas. Nunca deberíamos estar perturbados si poseemos una fe genuina en Cristo. Las tormentas de la vida nos pueden golpear, los siervos del enemigo pueden presentar sus falsas enseñanzas, pero a pesar de todo esto, si nuestros ojos están fijos en Cristo, nunca seremos perturbados.
Perturbar al pueblo de Dios es algo terrible. Los creyentes son como un rebaño de ovejas que se alimenta en los buenos pastos de la Palabra de Dios. Pero, por desgracia, hay muchos hoy en día que molestan a las ovejas en lugar de alimentarlas. Hay algunos que aparentan ser buenos pastores del rebaño de Dios, y con frecuencia predican la ley, como los falsos maestros en Galacia, en lugar de alimentar a las ovejas con la verdadera gracia de Dios. Hay muchos que quizás no predican los Diez Mandamientos como un «medio» para la salvación, ni siquiera como una «regla de vida», pero que continuamente dicen a los creyentes: «no manipules, no gustes, no toques» (Col. 2:21 NBLA). «No debes hacer esto; no debes hacer esto otro». El principio es el mismo. Es la ley en lugar de la gracia; y esto perturba al rebaño, y a la vez no lo alimenta. Quienes perturben a las ovejas de Dios tendrán que sufrir el juicio de Dios, sea quien sea, pues esta es la obra del enemigo.
Estos enemigos del verdadero evangelio deseaban torcer, revertir, distorsionar las verdaderas buenas nuevas enviadas por Dios. Si alguien me dice que debo guardar la ley para la salvación, o como una «regla de vida», estas no son las «buenas nuevas». Es justamente lo opuesto; son noticias muy, muy malas, pues yo no puedo guardar la ley y, por lo tanto, debo perecer. Esta era la maliciosa obra que estos falsos maestros estaban realizando entre las asambleas en Galacia. Estaban pervirtiendo las buenas nuevas, es decir, el evangelio.
G. C. Willis