El Señor Está Cerca

Viernes
4
Noviembre

Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña… Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces.

(Números 20:7-8, 11)

Hablarle a la peña

Moisés deseaba servir al Señor y a Su pueblo, pero no lo hizo de la forma que Dios quería. Dios le había dicho que tomara la vara, pero no le había dicho que la usara como lo hizo. Le había dicho que le hablara a la peña, pero en lugar de eso Moisés la golpeó. Dios no había utilizado ningún tipo de reproche cuando le habló a su siervo acerca de los hijos de Israel, pero Moisés los llamó «rebeldes» (v. 10). Él no estaba sirviendo en el carácter y espíritu del Señor. Moi­sés buscó satisfacer al pueblo de Dios que estaba sediento, pero no obró para la gloria de Dios. Independientemente del error de Moisés, Dios obró, tal cual como lo hace frecuentemente en la actualidad –trajo bendición al pueblo, aunque castigó a su siervo por su conducta inconsistente. El error había sido muy grande, no solo en desobediencia al mandato claro del Señor, sino también arruinando la figura, la cual buscaba enseñarnos que la roca que ya ha sido golpeada una vez, jamás necesitará ser golpeada nuevamente, puesto que puede dar torrentes de refrigerio al simple clamor de la fe.

La vara de Moisés hizo su obra en Horeb y nos enseña, en tipo, que las exigencias de la ley se cumplieron en las heridas, los golpes y la muerte del Hijo de Dios. La vara utilizada aquí en Meriba era la vara de Aarón que había reverdecido (Núm. 17). No nos enseña nada acerca de «golpes», sino acerca de la resurrección y el sacerdocio de Cristo. Cuán consistente hubiera sido con la verdad si Moisés se paraba junto a la peña, y a su palabra el agua hubiese fluido a borbotones, y cuán contrario fue golpear la roca, especialmente con esa vara. Vemos a Jesús en la gloria de su resurrección, como la Roca que una vez fue golpeada para salvar a su pueblo de la muerte. Ahora solo debemos contemplarlo para llenarnos de adoración y gratitud; solo debemos hablarle y sus bendiciones fluirán con abundante refrigerio para nuestras almas.

H. H. Snell

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