Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis.
El apóstol Juan escuchó estas palabras de boca del Señor Jesús la misma noche en la que Él fue traicionado –justo antes de ser entregado en manos de pecadores para ser crucificado. Cómo debieron retumbar estas palabras en el corazón del apóstol, ¡aún cuando en ese momento tal vez no entendió completamente su importancia ni sus implicaciones! La verdad «doctrinal» relacionada con la venida del Señor se escribiría mucho después por la pluma de los apóstoles (especialmente por el apóstol Pablo), pero inicialmente se trató de una sencilla esperanza que buscaba tranquilizar sus corazones turbados, y fue el Señor quien la pronunció. Sin embargo, aunque el estudio de la profecía es importante, nunca debemos perder de vista esta sencilla esperanza que Juan registra en aquella fatídica noche.
Esta esperanza se basa en la venida inminente del Señor, y ocupaba un lugar preponderante en la vida de los primeros cristianos – para ellos no era una «doctrina seca». De hecho, muchos años después, al final del ministerio de Juan, él escribió que «todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro» (1 Juan 3:2-3). Juan no dice que el que tiene la teología o la doctrina de la venida del Señor se mantendrá puro, ¡sino «aquel que tiene esta esperanza»!
Querido lector, mi intención no es denigrar el estudio sistemático de la Palabra de Dios, sino que estoy simplemente intentando resaltar cómo los primeros cristianos miraban la venida del Señor –era su «esperanza bienaventurada» (Tito 2:13). Todo el tenor del Nuevo Testamento es que debemos estar velando por Cristo y ser como hombres que esperan a su Señor (Lucas 12:35-37). La misma conversión de los tesalonicenses dio pie a la presentación de esta verdad para nosotros. Ellos se habían convertido de los ídolos para servir al Dios vivo y «y esperar de los cielos a su Hijo» (1 Tes. 1:9-10).
Brian Reynolds