El Señor Está Cerca

Miércoles
19
Octubre

Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.

(Hebreos 12:25)

Escuchar al que habla desde los cielos

Aquí vemos lo que debe caracterizar a los creyentes de esta presente dispensación; esto es visto nominalmente en relación con toda la iglesia profesante, aunque solo es cierto de quienes están vivos para Dios. Esta voz ha hablado desde el cielo, y los verdaderos creyentes la han escuchado: es la voz de Jesús. Por lo tanto, ellos lo ven como Aquel que entró en su gloria y habla desde allí.

Entonces, aquí aprendemos que este mismo Jesús que habló en la tierra está ahora hablando desde el cielo. Como Aquel que resucitó de entre los muertos, sus palabras atestiguan especialmente el total cumplimiento de todo lo que Su pueblo no pudo cumplir, y borró todo lo que podía interponerse en la felicidad de los suyos. Esta voz nos dice que Él es la misma Persona, el mismo Cristo que fue humillado por nuestros pecados; que caminó en el mundo, cansado y con dolor; el mismo Hombre que fue crucificado, que murió y fue sepultado, que resucitó y ascendió al cielo, desde donde ahora habla a los suyos. Habla como Aquel que atravesó todas estas cosas, y ahora está a la diestra de Dios, y desde allí invita a Su pueblo a ir a Él.

Este es, entonces, el gozo de cada hijo de Dios cuando oye esta voz dirigiéndose a él desde el cielo –la voz de Jesús– testificando de lo que Él ha hecho, y hablando como un Testigo de la paz; hablando en la conciencia de haber vencido –de haber cargado el pecado de su pueblo y haberlo quitado para siempre por el solo sacrificio de sí mismo, ofrecido una vez y para siempre. Y en esta posición Él habla, y dice: «He quitado para siempre el pecado que te mantenía excluido de la presencia de Dios; y he entrado en el descanso y la gloria, como tu representante en la presencia del Padre». Cuando esta voz es oída y reconocida, tenemos paz.

J. N. Darby

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