Mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días.
(Salmo 23:5-6 NBLA)
Muchos creyentes consideran que las cosas en las que se apoya su corazón son esenciales para su gozo, cuando en realidad los debilitan, y en muchos casos impiden que realmente experimenten este gozo de forma real y práctica. Cuando todo se ha ido y solo Cristo permanece delante del corazón como su todo, entonces la copa está rebosando. Este es el secreto de porqué muchos lucen felices en su lecho de muerte.
Pero el Señor quiere que experimentemos esto durante el transcurso de nuestra vida. Tarde o temprano, toda alma deberá ser llevada a tal estado, ya sea cuando la muerte se acerque para arrebatar todo lo que dividía el corazón, o cuando Su muerte sea la que opere esto de manera mucho más efectiva. Cuando veo que por la cruz de Cristo "el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo" (Gál. 6:14), entonces "la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor" (Fil. 3. 8) es el profundo gozo de mi corazón. Cuando el alma llega a un punto en el que no tiene nada más que a Cristo, descubre que no desea nada más que a Él. La Epístola a los Filipenses nos presenta la bella expresión de esto como la experiencia normal del cristiano.
¡Oh, que cada uno de nosotros pueda saber lo que es aplicar Su muerte a todo aquí sobre la tierra, para que así nuestros corazones lo tengan a Él como único objeto! Solo así Cristo será la porción sobreabundante de nuestra copa, independientemente de nuestras circunstancias. Entonces nuestro camino resplandecerá para su alabanza hasta que veamos Su rostro y moremos en la casa del Padre por siempre. Todo lo que Él permite en nuestra vida es justamente para educar nuestras almas en esto, para que seamos desarraigados de todo lo que no es Él mismo, y así nuestra copa pueda rebosar en el valle de sombra de muerte, teniendo plena certeza de que «Tú estás conmigo». Es el gozo de la eternidad que comienza aquí y ahora. En su presencia hay plenitud de gozo para siempre.
J. A. Trench