El Señor Está Cerca

Sábado
15
Octubre

Bienaventurados los pobres en espíritu.

(Mateo 5:3)

Humildad

Si alguna vez te fue necesario, oh alma mía, pesar tus palabras en las balanzas del santuario, y meditar en su sagrada luz, sin duda alguna este es ese momento. Qué importante comprender el verdadero significado de las palabras del Señor aquí, y entrar totalmente en el verdadero espíritu de su enseñanza. La condición del alma y la bendición son temas inseparables; una depende de la otra. Esto es lo que debes aprender, alma mía. Considera bien esto, pues esta primera beatitud establece el fundamento de todas las otras.

Ciertamente nada puede ser tan necesario para un alma que se relaciona con Dios como la pobreza de espíritu. No simplemente la pobreza en las circunstancias, ni la pobreza en palabras y caminos, sino en espíritu –en el corazón, los sentimientos, el hombre interior, y todo lo que está delante del Dios vivo. Pensemos en las ocasiones en que alguien nos ha causado algún daño, y hemos concluido frecuentemente algo como esto: «Lo perdono totalmente, y me comportaré con él como siempre lo he hecho, pero no me pidan que me olvide de todo lo que me hizo». Esto no es ser «pobre en espíritu»; quizás exteriormente sí, pero no «en espíritu». Qué diferente el estado del hombre bienaventurado, a quien el Señor describe como «pobre en espíritu»; no simplemente en su conducta exterior, ¡sino en espíritu! Leamos Isaías 57:15: «Yo habito… con el quebrantado y humilde de espíritu». Este fue siempre el espíritu del humilde Hijo del Hombre, cuyo carácter siempre expresó toda la perfección divina.

Sin embargo, la gracia que ha abatido el orgulloso espíritu del hombre, llevándolo al polvo, humillado y quebrantado delante de Dios, también ha puesto el fundamento para el verdadero carácter cristiano. ¡Ay! Es verdad que todos podemos olvidar nuestro lugar, y el viejo espíritu del hombre natural puede aparecer por un tiempo, pero el Señor sabe cómo hacernos volver. Nada puede ser más triste que dejar el lugar al cual hemos sido llevados con humillación. Esto implica perder de vista aquella gracia de Cristo, la cual Dios especialmente se deleita en honrar en todas las dispensaciones.

A. Miller

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