Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí… el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
¿Cómo debemos interpretar al leer las palabras del Señor: «permaneced en mí»? ¿No implican el andar en tal cercanía a Cristo que el alma se deleita en todas sus bellezas? ¿No presuponen sus palabras un corazón en comunión con Cristo, el cual se deleita en confiar y aprender de Él? Y, por sobre todo, permanecer en Cristo ¿no implica una vida vivida bajo la influencia de su presencia, comprendida por la fe? Entonces, caminar siendo conscientes de que Él oye nuestras palabras, ve cada acto nuestro y lee nuestros pensamientos, es caminar bajo la bendita influencia de su presencia y, por lo tanto, permaneciendo en Él.
Cuando permanecemos en Cristo, llevamos mucho fruto, y el fruto del que habla el Señor es el reflejo de su propio carácter en las vidas de los creyentes. Cualquier expresión de las gracias de Cristo, por pequeña que sea, sube al Padre como un fruto y como testimonio al mundo. Entonces, este es el gran objetivo por el que somos dejados en este mundo oscuro –para resplandecer como lumbreras que exhiben algo del bello carácter de Cristo. Jamás exhibiremos el carácter de Cristo simplemente tratando de ser como Él. Sin embargo, si buscamos su compañía y estamos bajo su influencia, permaneciendo en Él, seremos transformados en su imagen de gloria en gloria.
Podemos ser muy dotados y tener mucho conocimiento y celo, pero siempre será cierto que no podemos hacer nada sin Cristo. Los dones, el conocimiento y el celo no son poder. Estas cosas no nos capacitarán para vencer a la carne, para rechazar al mundo, o para escapar de las artimañas del diablo. Por lo tanto, ya que no podemos hacer nada sin Cristo, busquemos permanecer en Él, y no nos arriesguemos a avanzar por un solo día, o dar un solo paso, sin Él.
Hamilton Smith