Los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová; y Jehová los entregó en mano de los filisteos por cuarenta años.
Un filisteo es aquel que se ha infiltrado en la tierra por el camino fácil, el camino de la profesión. Incluso es más que eso: es el camino del mundo. Un filisteo no ha tenido que soportar la terrible esclavitud en Egipto, ni ha sentido la ira divina contra el pecado expresada en un sacrificio señalado por Dios. No ha visto un sustituto, el cual, en amor a su alma, descendió a las oscuras aguas de la muerte y el juicio en su lugar. No ha visto las ondas y las olas del mar Rojo o el Jordán caer sobre aquel bendito Sustituto, lo cual era necesario para ser libertado de la esclavitud y para que se le abrieran las puertas a una herencia provista divinamente. Ah, no; el filisteo es extraño a todo esto; se ha infiltrado por un camino corto y fácil. Los filisteos, en ese aspecto, son figura de la iglesia profesa. Es la cristiandad sin vida, vinculada y apegada a la tierra.
Otra cosa que podemos considerar es que, si bien ocupaban una pequeña franja de la tierra, siendo Filistea una porción muy pequeña de ella –aquella franja al suroeste de la tierra, junto al valle de Sarón y cerca de Egipto– ellos lograron dominar tiránicamente a todo el pueblo de Dios. Y esta tiranía se ejecutó con mayor particularidad sobre aquellos que, en realidad, debían ser líderes entre el pueblo de Dios. Judá se vio particularmente expuesto a las incursiones de los filisteos. Los filisteos se propagaron por todo su territorio y evitaron que el pueblo de Dios ejerciera los privilegios que Dios les había dado, inhibiéndoles la capacidad de disfrutar las porciones que Dios les había otorgado.
En cuanto a nosotros –y decimos esto deliberadamente y con conocimiento de causa, sobre la autoridad de la preciosa Palabra de Dios–, todo lo que sea menor a una liberación total, real y práctica de la autoridad y sumisión del pecado, se queda corto de nuestra posición cristiana y, siendo este el caso, nos hallaremos bajo el dominio de los filisteos.
Samuel Ridout