Lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.
En Apocalipsis 5, el apóstol Juan continúa la historia del Cordero – la cual comenzó a relatar en su evangelio (Juan 1:29). Ahora, él presenta al Cordero y sus glorias. Dejando la tierra detrás, Juan es llevado en espíritu al cielo, y allí ve, en la mano derecha de Dios, un libro de juicios, pero también de bendiciones obtenidas a través del juicio. Pero ¿quién puede abrir el libro? Y si alguien puede abrir el libro, ¿cómo pueden llevarse a cabo tales juicios? ¿Cómo se alcanzarán sus bendiciones? ¿Cómo se puede poner a un lado el mal para que sean establecidas las glorias del reino? «¿Quién es digno de abrir el libro?» es la pregunta dirigida a las huestes congregadas en el cielo.
Al buscar entre todas las miríadas de redimidos, Juan no pudo hallar a nadie en el cielo digno de abrir el libro. Muchos creyentes de renombre estaban allí, Enoc que caminó con Dios, Abraham que habló con Dios, Moisés que fue sepultado por Dios, y Elías que fue arrebatado por Dios –todos estaban allí, pero ninguno era digno de abrir el libro. Y, entonces, Juan buscó a lo largo de la tierra, pero si no pudo encontrar a alguien en el cielo, menos lo podría hallar en la tierra, y aún menos posible que hallara debajo de la tierra a alguien digno de abrir el libro o siquiera mirarlo.
Allí, en el cielo mismo, Juan comenzó a llorar mucho. Pero las lágrimas no son aptas para el cielo. En la tierra, las lágrimas pueden durar una noche, en la gehena durarán por toda la eternidad, pero en el cielo Dios «enjugará… toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor» (Apoc. 21:4).
Hamilton Smith
A Ti sean gloria, honor y riqueza,
La ciencia eterna y la fortaleza
¡Oh Rey de los siglos! Señor, Dios y Hombre
La Iglesia te adora, ensalza tu Nombre,
Cordero inmolado, por siempre, ¡Amen!
R. Holden