El Señor Está Cerca

Sábado
10
Septiembre

Dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Y él respondió: Queda aún el menor… Y dijo Samuel… Envía por él… y [David] era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque este es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David.

(1 Samuel 16:11-13)

El ungido de Dios

¡Qué bella historia! ¿Podemos imaginarnos la expectación y la ansiedad luego de que los siete hijos habían sido descartados? Cuando los cielos fueron abiertos sobre el Señor Jesús, ¿nos imaginamos lo que significó para Dios el Padre poder decir: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia»? Luego de 4.000 años de historia y fracaso de la humanidad, Dios pudo confirmar que allí estaba Aquel a quien podía ungir (Hec. 10:38).

Cerca de 1.000 años antes, David había sido ungido, un bello tipo de Cristo, el Amado. El título «Mesías» deriva de la palabra hebrea que significa «ungir», y lo mismo sucede en el griego con el título «Cristo». Esta unción era en vistas de un servicio público para Dios. Y entonces leemos que el Espíritu Santo vino sobre David (v. 13) para fortalecerlo y guiarlo como rey. Los diversos rasgos de David (v. 12) muestran su belleza exterior e interior a los ojos de Dios. En el caso de Saúl, estos eran solo para impresionar al pueblo (1 Sam. 10:23-24).

Notemos que David fue ungido con un cuerno de aceite; este sim­boliza fuerza, así como algo que no puede romperse. Saúl había sido ungido con un frasco –que puede romperse– y, de hecho, su reino fue removido por Dios mismo. Mientras que Dios le prometió a David un reino perdurable y le prometió su compañía, lo cual es un tipo del gran David elegido por Dios, cuyo reino perdurará por siempre. También leemos que David fue ungido «en medio de sus hermanos» (v. 13): una hermosa imagen de un círculo íntimo relacio­nado con el sacrificio de la becerra (v. 2), un tipo de la obra de Cristo. Siempre lo rodearemos y lo veremos como el Cordero que ha sido inmolado (Apoc. 5:6).

Alfred E. Bouter

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