Él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.
Cuando tenemos una visión amplia del estado caído de nuestra naturaleza, nos damos cuenta del caos total que el pecado ha generado, y vemos la plenitud de la respuesta de Dios a ello, la cual nos ha alcanzado en el evangelio. El pecado nos ha arrojado a la muerte espiritual, y debemos ser vivificados para poder vivir para Dios. Estar muerto para con Dios es directamente proporcional con estar vivo para con el mundo y el diablo.
«No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios». Esta es la solemne declaración de Romanos 3:11. Que no hay ningún justo (v. 10) es malo, pero peor es que nadie tenga el deseo de entender o buscar a Dios, en quien reside la justicia, el entendimiento y la vida. Para el hombre natural, no hay nada deseable en Él. El hombre no es justo, pero tampoco entiende que no lo es. No tiene el deseo de buscar a Dios, quien es justo. El hombre natural está muerto para Dios.
Desde el momento en que estos solemnes hechos recaen sobre nosotros, nos damos cuenta que nuestra única esperanza está en que Dios, según su soberana misericordia, tome la iniciativa a nuestro favor. Somos bastante capaces de tomar la iniciativa en cuanto a lo que es malo, pero con respecto a todo lo que es de Dios, estamos muertos; por lo tanto, todos los movimientos deben emanar de Él. Entonces, Dios es quien debe actuar, pero ¿cómo? Quizás la reformación, la educación o la instrucción pueden ayudarnos, ¡de ninguna manera! No puede haber nada hasta que Él vivifique, pues la vivificación simplemente significa la otorgación de la vida. La palabra traducida como «vivificados» en el Nuevo Testamento está compuesta del sustantivo «vida», y el verbo «hacer» –hacer vivir. Toda la plenitud de la Deidad está involucrada en la obra vivificante. Hemos sido vivificados en asociación con Cristo –su vida es nuestra. De modo que podemos sentarnos juntos en los lugares celestiales en Él. Ya que se nos ha dado esta vida, somos hechos aptos para ocupar tal exaltado lugar juntamente con Cristo.
F. B. Hole