El Señor Está Cerca

Día del Señor
28
Agosto

El escarnio ha quebrantado mi corazón, y estoy acongojado. Esperé quien se compadeciese de mí, y no lo hubo; y consoladores, y ninguno hallé.

(Salmo 69:20)

Jesús solo y despreciado

Desde su arresto, el Señor Jesús recibió todo el oprobio de sus enemigos, quienes lo afrentaron tanto físicamente como con sus palabras de desprecio y enojo. Delante del sumo sacerdote, Él fue golpeado con varas, escupido en su cara, y recibió todo tipo de burlas despreciables. Además de esto, delante de Pilato, un gentil, los soldados lo coronaron con una corona de espinas.

¿Dónde estuvieron los discípulos todo ese tiempo? ¿Había con Él alguno de sus amigos? Todos lo habían dejado y habían huido. Él buscaba que alguien simpatizase con sus dolores, pero nadie lo hizo. No hubo quien lo consolara para que la tristeza y el dolor de sus sufrimientos fueran, en una pequeña medida, más llevaderos. ¿Ha habido alguien tan oprimido y agobiado como el fiel, santo y clemente Señor de gloria?

Este fue el oprobio que los hombres le dieron en su profunda agonía. Luego, además de todo esto, vemos la angustia de su sufrimiento bajo el juicio de Dios durante las tres horas en las que el sol se oscureció, desde el mediodía hasta las tres de la tarde. Esto lo hizo exclamar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mat. 27:46). Ciertamente nuestros corazones se llenan de profunda adoración ante un amor tan puro, capaz de soportar, voluntariamente, todas estas cosas por amor de nosotros, para que la culpabilidad de nuestros pecados pudiese ser totalmente expiada. Así, quienes confiamos en Él como Salvador, somos libres de sufrir alguna vez la terrible paga de nuestra culpabilidad.

Él fue dejado completamente solo, sin ayuda humana y, al mismo tiempo, fue desamparado por Dios para que nosotros jamás fuésemos dejados solos para sufrir el juicio que merecíamos. Nuestros corazones bien pueden responder con adoración y gratitud a nuestro Salvador, ¡Aquel cuyo amor y gracia han sido tan maravillosamente manifestados hacia pecadores indignos como nosotros!

L. M. Grant

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