En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
Entre más contemplo este amor, más evidente se hace su perfección a mis ojos. Se ha dicho: «pudiera ser que alguno osara morir por el bueno» (Rom. 5:7), pero cuando no había nada de bueno en nosotros, Dios mostró su amor por nosotros. En la cruz, Dios nos manifestó su gracia. Éramos simplemente pecadores, nada más que viles pecadores, cuando Cristo murió para salvarnos.
Jamás podré entender lo que realmente es el amor de Dios, hasta que sea capaz de decir: «soy un pecador». Si no sabes lo que es el amor de Dios, entonces no has aprendido aquella gran verdad de que eres un pecador. ¿Qué te ha dado Dios? Lo más cercano a su corazón, lo más precioso que podía conceder: su propio, único y amado Hijo. Este amor no puede medirse ni evaluarse. Lo más querido para Él era el Hijo que estaba en su seno, y Él lo dio. No hay límite para su amor. Él me ha dado a Cristo, y no hay fin para lo que poseo en Él. Como el Hijo de Dios entregado por mis pecados, Él descendió a las profundidades de la muerte y sacó de ellas la vida. ¿Cómo puedo saber que Dios me ama? Mirando al perfecto objeto de su amor, y esto me da descanso. ¿Por qué? Porque en Él veo cuán maravilloso es el amor que envió a su Hijo para darme vida eterna, y para ser la propiciación por mis pecados.
Si no tengo descanso, lo que necesito es un sentimiento más profundo del pecado. Debo aprender lo que es el pecado en la cruz; y entonces veré el amor que lo enfrentó allí y que sufrió por él, y así mi alma hallará reposo. El amor de Cristo no es una teoría acerca de alguien que viene y simplemente nos dice qué o quién es Dios; no, el amor de Cristo es la manifestación práctica de quién es Dios. El Señor Jesús nos reveló a Dios en toda la variedad de su amor ilimitado e inconmensurable.
J. N. Darby