El Señor Está Cerca

Día del Señor
21
Agosto

Sácame del lodo, y no sea yo sumergido; sea yo libertado de los que me aborrecen, y de lo profundo de las aguas.

(Salmo 69:14)

De la cruz a la gloria

Cuán poco podemos entrar o incluso entender las profundidades de la agonía del Señor Jesús en la cruz del Calvario, especialmente aquellas horas en las que voluntariamente fue hecho ofrenda por el pecado. En todo el Nuevo Testamento no encontramos tales expresiones de agonía durante su crucifixión. Es por eso que estamos sobremanera agradecidos de que el Antiguo Testamento nos muestre algo del dolor y la angustia que tan profundamente azotó su alma, y no solamente en relación a los momentos en los que fue sometido a los amargos y crueles golpes de los hombres, sino a aquellas horas en las que el juicio implacable de Dios cayó sobre Él a causa de nuestros pecados.

Mientras clamaba a Dios en medio de sus sufrimientos, Él pidió ser liberado del lodo –el lodazal de nuestros pecados por los que Él murió. Luego también pidió ser librado de los que lo aborrecen, y de lo profundo de las aguas. Ciertamente, Él sintió la viciosa crueldad de sus enemigos, quienes lo provocaron durante todo el tiempo en que Dios lo estaba juzgando por nuestros pecados. «Lo profundo de las aguas» hace referencia al juicio de Dios.

Cuando Cristo clamó con «con gran clamor y lágrimas» (He. 5:7), fue oído a causa de su piedad. Su sacrificio fue totalmente aceptado porque puso a Dios en primer lugar. Dios lo oyó y lo liberó, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en gloria.

El lodazal de nuestros pecados jamás lo podrá volver a tocar, pues Él ha expiado totalmente nuestros pecados. Quienes lo odian han sido totalmente vencidos y jamás podrán volver a tener algún tipo de poder sobre Él. ¿Y qué hay de la profundidad de aquellas aguas? Aunque por un momento Él cargó la agonía del intenso juicio de Dios –las «aguas profundas»–, este jamás se repetirá. El Señor Jesús ha agotado totalmente el juicio de Dios y ha sido recompensado, por la eternidad, con una gloria infinitamente mayor que la que nadie jamás tendrá.

L. M. Grant

arrow_upward Arriba