El Señor Está Cerca

Viernes
19
Agosto

Yo haré llover pan del cielo para ustedes. El pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de cada día.

(Éxodo 16:4)

Maná del cielo (1)

El maná llegó silenciosamente en medio de una escena de necesidad, cayendo tan gentilmente que ni siquiera perturbó al rocío. Era la provisión y el regalo de Dios, un alimento celestial, una comida que el hombre no había solicitado, ni por la que había trabajado.; pero provenía de Dios y proveía ampliamente para la necesidad de los suyos. El maná contenía todo lo necesario para sustentar la vida y fortalecer al pueblo en sus tareas diarias y en su travesía por el desierto. Desconcertó a Israel; el mismo nombre que le dieron («¿qué es esto?» v. 15) demostró que era algo que estaba fuera de su comprensión. Pero su aptitud para cumplir su propósito quedó demostrada en el hecho de que ellos vivieron alimentándose de él durante todo el resto de su viaje por el desierto (v. 35). Era nutritivo y fortalecedor tanto para jóvenes como ancianos.

Era bello de apariencia, su color era como de bedelio (Núm. 11:7); y estaba disponible, gratuitamente, para todos, sin dinero y sin precio; y debido a que siguió al campamento de los israelitas en todos sus viajes, siempre estuvo al alcance de todos. Caía sobre el rocío, y nadie podía quejarse por el esfuerzo que requería ir a él, salvo por el sencillo acto de agacharse para recogerlo. Era una cosa pequeña y menuda, al punto que el niño más pequeño podía tomarlo y alimentarse de él, y sus propiedades eran asombrosamente amplias, pues al que recogía mucho no le sobraba, y al que recogía poco no le faltaba.

Era capaz de utilizarse y tomarse de diversas formas; la comida no tenía por qué ser monótona. Se podía comer cuando recién había caído, su gusto era dulce y su calidad prolongada; podía cocinarse o hervirse, podía molerse en molinos o en morteros; se podían hacer tortas con él, y, como fuera, siempre era agradable al gusto y nutritivo para todos. Ciertamente, se trató de un milagro asombroso de cuarenta años de duración, y este cesó cuando hubo otra comida disponible en Canaán, lo cual es tan asombroso como su extensa, aunque necesaria, provisión en el desierto.

W. H. Westcott

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