El Señor Está Cerca

Jueves
18
Agosto

Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús… y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?

(Hechos 8:35-36)

El bautismo

Felipe abrió su boca, y a partir de Isaías 53, le predicó el evangelio de Jesús. Ahora bien, en aquellos días, los hombres de Dios estaban acostumbrados a mostrar claramente que, si Cristo murió por todos, entonces todos murieron. La muerte de Cristo había demostrado que la situación del ser humano era irremediable, y que solo la gracia inefable de Dios podía solucionar tal condición. Entonces ¿qué es lo que Dios ha hecho, en esta gracia inefable, por el hombre muerto y perdido? Él dio a su Hijo para que muriera por él –tomando su lugar en la muerte– para que Él pudiese resucitar de entre los muertos, y ser el principio de una nueva creación, en la cual la muerte y el pecado no pueden entrar.

Los hombres de Dios en aquellos días no predicaban la muerte de Cristo en vistas de la mejoría del hombre, sino como la muerte del hombre delante de Dios; y la resurrección de Cristo como la vida, y la única vida de todo creyente en Cristo. Ahora bien, cuando una persona creía que había muerto, y que Cristo había muerto por él, lo que seguía siempre era su sepultura. De hecho, el Señor Jesús les enseñó expresamente a sus discípulos a sepultar a todo aquel que había creído. En Pentecostés, 3.000 almas creyeron, e inmediatamente, aquel mismo día, 3.000 personas fueron sepultadas.

Así fue con este etíope: cuando creyó, dijo: «Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea sepultado, o bautizado?» ¡Qué sencillez! Había aprendido que era un pecador muerto, ¿y qué podía impedir su sepultura? Felipe lo sepultó en agua, como un pecador muerto, una figura de la muerte y sepultura de Cristo como el bello Sustituto. Y luego él fue levantado y sacado del agua. Ciertamente, el agua del bautismo no le infunde virtud o gracia alguna al pecador muerto. Se trata simplemente de una figura o expresión de la muerte, sepultura y resurrección de Cristo, y muestra, asombrosamente, que Dios ve a cada creyente como muerto, sepultado y resucitado juntamente con Cristo.

C. Stanley

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