El Señor Está Cerca

Lunes
1
Agosto

Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.

(Isaías 1:2-3)

Conocer a nuestro amo y su fuente de alimento

De forma abrupta, la voz del Señor penetra en los oídos de los hombres que se enorgullecían de su religiosidad y confiaban en su cumplimiento formal de los rituales de la ley. Hay algo sublime en la simplicidad de este llamado a la obediencia. El cielo y la tierra, siempre sujetos a su voluntad, son llamados a testificar contra la vergonzosa ingratitud del pueblo de Jehová. Este pueblo, objeto de sus atentos cuidados desde su juventud (en Egipto) hasta el momento actual, jamás, como nación, le ha dado a Él la amorosa obediencia que merece. Siempre hubo fidelidad individual, pero nacionalmente (como fue más adelante con la iglesia vista colectivamente) había fracasado casi desde el principio y jamás hubo recuperación.

El buey y el asno conocen el pesebre de su señor gracias a los cuidados que él les dispensa. Hacemos bien en desafiar nuestros corazones con las siguientes preguntas: ¿Hasta qué punto conocemos realmente a nuestro Amo? ¿Hasta qué punto santificamos a Cristo como Señor? Él es nuestro Amo ahora. Otros señores han tenido dominio sobre nosotros, pero solamente en Él nos acordaremos de su inefable Nombre (Is. 26:13). Para nosotros, el reino de Dios es el reino del Hijo de su amor.

Le debemos una lealtad inquebrantable al Crucificado. El pesebre de nuestro Dueño es la Palabra de Dios, una parte de la cual tenemos ahora delante nuestro (el versículo de hoy). ¿La conocemos realmente? ¿Somos llevados a ella por el hambre de su verdad? ¿O somos más propensos a estar olfateando el aire desértico, siguiendo el viento como el asno salvaje, dándole la espalda al almacén aprovisionado de Dios, buscando vanamente una porción en el mundo que hemos profesado juzgar? Estas son preguntas muy solemnes, no debemos evadirlas ni ignorarlas, sino enfrentarlas en la presencia del Señor.

H. A. Ironside

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