Uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas este ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
¡Cristo crucificado! No solamente eso, Él fue puesto entre dos criminales –también llamados ladrones– que habían sido culpables de insurrección en contra de Roma. Su líder había sido Barrabás, que significa «hijo del padre» (Mat. 27:16). En lugar de pedir que Aquel que era inocente fuese liberado, los líderes judíos instigaron a la multitud que pidiesen que Jesús de Nazaret fuese crucificado y liberasen a Barrabás. Pilato consiente en ello, de modo que Jesús, el verdadero Hijo del Padre, tomó el lugar del criminal. Y mientras colgaba en medio de los colegas de Barrabás, Jesús es objeto de sus injurias.
Entonces, de repente, ¡ocurrió un milagro cuando uno de ellos se dio cuenta que Jesús era el Mesías! Confesando su pecado, él reprendió a su compañero y honró a Cristo llamándolo «Señor», pidiéndole que se acordara de él cuando reinara en su reino venidero. ¡Cuánta fe tuvo este hombre! Su fe recibió una recompensa inmediata, pues Cristo le prometió que estaría con Él en el paraíso ese mismo día. «Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.» ¡Oh, gracia admirable!
Cerca de treinta años después, el apóstol Pablo escribió: «partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Fil. 1:23). Estar en el paraíso con Cristo ahora es muchísimo mejor que servir al Maestro en la tierra. Pablo había visto al Señor (Hec. 9). Más adelante, cuando fue arrebatado al paraíso, él fue testigo de la felicidad de los creyentes que habían «dormido» en Jesús. Pero el ladrón en la cruz creyó sin ver nada de esto. ¡Qué preciosa debió ser su petición para el corazón de nuestro Señor!
Alfred E. Bouter