El Señor Está Cerca

Miércoles
25
Mayo

Respondió Job, y dijo: Ciertamente yo sé que es así; ¿y cómo se justificará el hombre con Dios… Si yo me justificare, me condenaría mi boca; si me dijere perfecto, esto me haría inicuo… por­que no es hombre como yo, para que yo le responda, y vengamos juntamente a juicio. No hay entre nosotros árbitro que ponga su mano sobre nosotros dos.

(Job 9:1-2, 20, 32-33)

No había hombre alguno, salvo Jesús solo (1)

Cuando meditamos en el sacrificio de Cristo, lo hacemos con asombro, pues sabemos que el Señor Jesús es sin pecado. La pregunta que a menudo surge de nuestros labios es la siguiente: «¿Por qué alguien como Él por alguien como yo?» La pregunta la hallamos al mirar a Jesucristo, nuestro Intercesor.

Conocemos la miseria de nuestra condición pecaminosa por naturaleza. ¿Es de asombrarnos que nosotros, como pecadores, estu­viésemos lejos de Dios? «Señor, si tú tuvieras en cuenta las iniquidades, ¿quién, oh Señor, podría permanecer?» (Sal. 130:3 NBLA). Entendemos que nadie en una condición pecaminosa puede per­manecer delante de Dios santo y justo. No hay nadie bueno, ni uno solo. Todos hemos pecado y no alcanzamos la gloria de Dios. Había una brecha entre el pecador y Dios, una brecha que ningún hombre podía atravesar. Era una separación permanente de Dios. Era un resultado del pecado. En Ezequiel 22 leemos: «Busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí… y no lo hallé» (v. 30). No había ninguna persona ni cosa en la tierra capaz de ponerse en la brecha. «Y vio que no había hombre, y se maravilló que no hubiera quien se interpusiese» (Is. 59:16). No había nadie capaz de ponerse entre el hombre pecador y un Dios santo.

Apocalipsis 5:3 refuerza este pensamiento. No había nadie –ni el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra. ¡Qué pensamiento tan devastador! ¡Somos indignos! A pesar de todas nuestras buenas intenciones de ser ejemplos de Cristo, la verdad es que no somos dignos.

J. Pilon

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