He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.
Jesús iba a ascender al cielo, pero todos sus pensamientos estaban sobre la Iglesia peregrina que estaba por dejar. Él parece decir: «Voy a la presencia de mi Padre en el cielo, pero ¡estaré siempre con ustedes!» Juan, el apóstol que se había recostado sobre su pecho, dijo con énfasis con relación al Señor ausente: «nuestra comunión verdaderamente es con… Jesucristo» (1 Juan 1:3).
En medio de todas las cosas efímeras que hay en este mundo, qué tranquilizador saber que el Salvador está siempre con nosotros; saber que, si soy realmente un hijo de Dios, ¡no hay un solo momento en mi vida en el que no esté bajo la custodia del Señor Jesús! Su compañía no es intermitente (presente en la prosperidad, lejos en la adversidad). Él está con nosotros en enfermedad y soledad, en alegría y en adversidad, en vida y en muerte.
¿Te encuentras afligido y tentado? Tus oscuras circunstancias y grandes dolores, ¿parecen contradecir la verdad de su gracia y seguridad? Ten la seguridad de que Él, en su fidelidad, tiene un propósito en vista para tu bien. Quitando tus apreciados apoyos y refugios, Él podrá desplegar mucho más de su propia ternura. En medio del naufragio y ruina de los gozos terrenales que, quizás, la tumba ha quitado de tu vista, aún hay Uno muy cercano, querido y tierno, que quiere que digas de Él: «El Señor vive, bendita sea mi roca, Y ensalzado sea el Dios de mi salvación» (Sal. 18:46 NBLA). El creyente puede exclamar: «A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús» (2 Cor. 2:14). Esto es particularmente verdadero cuando somos despojados de todos los objetos que compiten por nuestra atención natural, y somos dejados con «Jesús solo» (Mat. 17:8).
J. R. Macduff