Luego llegó Simón Pedro… vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte.
En el Evangelio de Juan, el Espíritu Santo resalta particularmente las vestimentas del Señor en su muerte. Varios detalles asombrosos captan inmediatamente nuestra atención. Los lienzos estaban puestos allí, como si nadie los hubiera tocado, como si Aquel bendito que los había vestido recién se los hubiese quitado. ¡Oh, la resurrección! Un poder extraordinario demostrado en favor de los pecadores, un poder que sobrepasaba holgadamente a todo lo que se había realizado en la primera creación (Efe. 1:19-20; Ro. 4:25); un poder mucho más grande que el poder del pecado, Satanás, y, por supuesto, ¡más grande que la misma muerte! Sin embargo, no había señales de lucha o evidencias de algún tipo de violencia; las vestimentas mortuorias simplemente estaban puestas allí, donde habían sido puestas originalmente, con la diferencia que ahora el Vencedor ya no estaba allí.
También es interesante ver que el sudario, que había estado cubriendo la cabeza del Señor, no estuviera con los lienzos, «sino enrollado en un lugar aparte». Esto evidencia que, luego de su resurrección, el Señor se fue ordenadamente y sin apuro alguno. Si se hubiesen robado el cuerpo, no se habrían tomado el tiempo de enrollar cuidadosamente el sudario.
¡Qué asombroso que el sudario haya sido puesto en un lugar aparte! Como miembros del cuerpo de Cristo, formaremos parte de la primera resurrección y nuestros cuerpos serán transformados según el cuerpo glorioso de Cristo (Fil. 3:21). La Iglesia compartirá los frutos de su resurrección y será el complemento de Cristo, tal como lo vemos en Efesios 1:19-23. Sin embargo, hay algo que jamás debemos olvidar: la Cabeza siempre tendrá un lugar distintivo –¡jamás pongamos el cuerpo de Cristo a la altura de su gloriosa Cabeza!
Brian Reynolds