Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
El Señor está con nosotros cuando atravesamos el valle de sombra de muerte. Está presente con su vara y su cayado –la vara para alejar a los enemigos, y el cayado para ayudarnos en todas nuestras debilidades. Si el Señor es nuestro Pastor, bien podemos decir junto con el salmista: «No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo».
En el desierto de este mundo, siempre estamos rodeados de enemigos que buscan arrebatarnos el goce de nuestras bendiciones y obstaculizar nuestro progreso espiritual. Pero el Señor es nuestro Pastor, y Él prepara un banquete para nosotros en la misma presencia de nuestros enemigos. Y no solamente eso, Él también prepara a los suyos para tal banquete. Unge sus cabezas con aceite, y no solamente llena la copa, sino que la hace rebosar.
Luego vemos que hay una senda que debemos pisar todos los días de nuestras vidas. Cada día trae su incesante ronda de responsabilidades, dificultades y circunstancias, pequeñas y grandes. Pero si seguimos al Pastor, veremos que el bien y la misericordia nos seguirán siempre. Si lo seguimos bien de cerca, ¿no tendremos una perspectiva más clara de cómo sus manos nos ayudan en las pequeñas cosas del día a día y descubriremos allí su bondad y misericordia?
Cuando miramos más allá de los días de nuestra vida en la tierra, hacia la gran eternidad que se extiende delante nuestro, podemos ver que si el Señor es nuestro Pastor, no solo nos guiará a través del desierto, sino que, al final, nos llevará al hogar para morar allí eternamente. Para el cristiano, ese hogar es la casa del Padre, y allí, ciertamente, la copa rebosará para siempre. Todas sus ovejas estarán en la gran reunión en el hogar paternal, pues Él no habrá perdido ninguna.
Hamilton Smith