El Señor es mi pastor, nada me faltará.
El Salmo 23 nos muestra las bendiciones de aquel que, como peregrino en este mundo, viaja con el Señor Jesús como su Pastor. Comienza con una declaración grandiosa: «El Señor es mi Pastor». Cada creyente puede decir esto, pero ¿nos hemos sometido a su conducción y le hemos dicho: «Tú eres mi Pastor»? Junto con aceptarlo como Salvador, ¿nos hemos sujetado a Él como nuestro Pastor, para que nos guíe en medio de todas nuestras dificultades hasta nuestro hogar celestial?
Pensemos por un momento en un rebaño de ovejas sin un pastor. Necesitadas, perdidas, débiles y tímidas. Si son dejadas solas para que tracen su camino a través del desierto, ¿qué sucedería? Al ser criaturas hambrientas, pronto morirían de hambre; al ser necias, vagarán y se perderán; al ser débiles, pronto se cansarán y caerán; y al ser tímidas, huirán ante la presencia del lobo y se dispersarán.
¿Pero qué si las ovejas hacen su camino bajo la guía de un pastor? En ese caso, si las ovejas están hambrientas, el pastor las guiará a verdes pastos; si son necias, él estará allí para cuidar sus pies errantes; si son débiles, el pastor las conducirá gentilmente y cargará a los corderos; si son tímidas, él estará al frente para guiarlas a través de valles escabrosos y las defenderá de los depredadores.
En un rebaño sin pastor, todo depende de las ovejas, y esto siempre terminará desastrosamente. Pero si el pastor va delante de ellas y las ovejas lo siguen, el viaje será seguro y ellas recibirán múltiples bendiciones en el camino.
El Salmo 23 pone ante nuestros ojos lo bienaventurado que es que el Pastor vaya delante y que las ovejas lo sigan. En nuestra confianza propia, a veces queremos ir delante del Pastor, o, descuidadamente, nos retrasamos y nos quedamos muy atrás. Pero si el Pastor es quién guía y lo seguimos, podemos contar con Su ayuda en cada dificultad que encontremos en el camino.
«Llama a sus ovejas por nombre y las conduce afuera» (Jn. 10:3 NBLA).
Hamilton Smith