Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Nuestro bendito Señor pronunció siete peticiones al padre. El versículo de hoy contiene la última petición del Hijo. En el versículo 22, el Señor Jesús dice, haciendo referencia a la gloria que su Padre le ha dado ahora como Hombre en el cielo, que Él nos la ha dado a nosotros. ¿Cómo podemos entender esto? La unidad en el versículo 22 se debe a que lo vemos coronado de gloria y honra (He. 2:9), mientras que, en el mundo venidero, todo ojo lo verá.
Cristo expresó cuál era su deseo con respecto a nosotros en el versículo 24: «para que vean mi gloria». Esto es algo que Él ha pedido exclusivamente para los creyentes en esta época de gracia. Aunque Él nos da su gloria (v. 22), el Hijo es mayor que aquello que Él mismo da. Y es por esto que su deseo es que podamos verlo a Él –«mi gloria». Aunque la comparte con nosotros, Él es, necesariamente, mayor que nosotros, pues es el Primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29). Él también pide por aquello que es justo, y el Padre justo responderá al deseo del Hijo, pues nosotros hemos respondido a la gloria de Cristo, y como consecuencia lo contemplaremos, admiraremos, adoraremos y bendeciremos por siempre. Mientras que el mundo no lo conoció a Él, ni al Padre. Cristo nos ha dado a conocer el nombre del Padre y nos ha asegurado un gozo continuo de esta relación.
Para que nuestro compromiso permanezca constante, el Hijo continuará dándonos a conocer el nombre del Padre, «para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos» (v. 26). Esto se lleva a cabo por la obra del Espíritu Santo (no por medio de nuevas revelaciones), y por la continua actividad de su amor, cuyo propósito es sostenernos y renovarnos.
Alfred E. Bouter