Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras.
Somos hechura suya. Todo lo que somos como cristianos proviene de su obrar. Nos vivificó cuando estábamos muertos –muertos espiritualmente en nuestros pecados. Nos ha hecho vivir bajo su mirada. Los versículos 1 y 2 de este capítulo muestran la terrible maldad en la que fuimos hallados bajo el poder del «príncipe de la potestad del aire» (el diablo), siendo arrastrados, por la marea del mundo, cada vez más abajo hacia el juicio. Pero Dios ha actuado sobre nosotros –ha tomado el material más inadecuado, y nos ha hecho una nueva creación, una creación conforme a sus pensamientos de gracia.
La salvación no es de ustedes, y no es por obras, «para que nadie se gloríe». La salvación es de Dios y para buenas obras. Las obras antes de la salvación son «obras muertas» que no complacen al Dios vivo. Necesitamos que nuestras conciencias sean purificadas antes que podamos servir al Dios viviente. Hasta que no seamos creados en Cristo Jesús, todas nuestras obras estarán contaminadas por el egoísmo y el pecado; son hechas teniendo en vista nuestro propio bien y ganancia, o buscando establecer nuestra propia justicia, evitando sujetarnos a la justicia de Dios. Los que están en la carne no pueden agradar a Dios (Rom. 8:8) –necesitan una nueva vida, una nueva naturaleza, un nuevo poder, antes de poder manifestar aquello que realmente complace a Dios.
Lo que está en armonía con Él son las «obras de amor», no las «obras basadas en una ley». Nos creó para caminar en obras nacidas de corazones gozosos que lo conocen. Estas son las obras para las que nos empodera por medio del Espíritu Santo. Al seguir a Cristo, debemos andar como Él anduvo, buscar la gloria de Dios, andar haciendo bien, buscando la salvación de los pecadores y la edificación de los creyentes, mientras que nuestros corazones se elevan en acciones de gracia, alabanza y adoración a Aquel que es la fuente de todo bien. ¡Oh, que podamos realizar tales obras para su gloria!
I. Fleming