Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento.
David escribió este salmo luego de haber pecado tan miserablemente en contra del Señor. Este relata cómo trató, en primera instancia, de cubrir su pecado, y luego finalmente lo confesó francamente al Señor y fue perdonado.
Dios entonces le entregó este serio mensaje para instruirlo en el camino en el que debía andar. David había estado dependiendo de su propio intelecto y sus propios deseos, lo que lo hizo fracasar grandemente. Ahora estaba dependiendo del Señor, quien lo aconsejaba con sus ojos puestos sobre él. El ojo es un instrumento asombroso. Nos recuerda al Espíritu santo de Dios, que discierne plenamente toda necesidad que tenemos y es capaz de conducirnos correctamente en los caminos del Señor. Alguien que ha servido a su amo por mucho tiempo, tiene la capacidad, la cual ha aprendido por la experiencia, de observar los ojos de su amo y entender lo que este desea. De la misma manera, los creyentes debemos acostumbrarnos a mirar a los ojos de nuestro Señor, y poder discernir cuál es su voluntad en cualquier circunstancia particular. Esto implica que estemos familiarizados con la Palabra de Dios y dispuestos, con alegría, a hacer su voluntad. El versículo siguiente dice: «No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento».
El caballo es un animal fuerte y recio, siempre haciendo fuerza para ir hacia adelante, mientras que la mula está caracterizada por su obstinación, frenándose para no avanzar. Está mal apresurarse e ir más allá de la conducción del Señor, pero quedarse atrás también lo es. Él debe sujetarse quieta y simplemente a su Señor. «He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia» (Sal. 33:18).
L. M. Grant