Les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección.
Todas las predicaciones de los apóstoles muestran que las promesas se cumplieron en este único hecho: la resurrección de Jesús de entre los muertos. Ellos habían sido lentos para comprender, a partir de las Escrituras, que Jesús debía padecer y resucitar de entre los muertos. Los judíos esperaban que el Mesías viniera para mejorar su condición como nación. No veían la necesidad de su muerte y resurrección. No comprendían las solemnidades del Calvario. Muchos quedaron consternados cuando Jesús murió (el Justo que estaba destinado a ser el sacrificio por el pecado) y su cuerpo fue puesto entre los muertos. Pero no tenían idea que el destino eterno del universo estaba sellado en aquel sepulcro.
Ubiquémonos junto a la tumba de Jesús y meditemos seriamente. ¡Qué misterio de amor! ¡Qué lugar tomó el Hijo de Dios! El Cordero para la expiación fue inmolado por nosotros, murió y fue sepultado. Dios ordenó todo esto por anticipado (Hec. 2:23). Su propósito no era mejorar la vieja creación, sino comenzar una nueva creación. Jesús debía ser el primero en resucitar de entre los muertos. La gran piedra fue removida de la entrada del sepulcro. Jesús había resucitado de entre los muertos. Los lienzos que envolvían su cuerpo estaban doblados y puestos en orden. El sudario que rodeaba Su cabeza fue enrollado y puesto en un lugar aparte. Dios triunfó gloriosamente; Jesús pasó por la muerte, y ahora Él es «el Principio, el Primogénito de entre los muertos» (Col. 1:18).
La piedra desechada por los hombres se ha convertido en el comienzo de una nueva creación. ¡Oh, mira a esta Piedra viva, el Cristo resucitado! Adán fue el principio del mundo antiguo, y él lo comenzó en pecado y muerte. ¡Pero qué gloriosa esta nueva creación, cuyo principio y fundamento es el Cristo resucitado! ¡Oh, bendito Primogénito de entre los muertos, todos tus hermanos son uno contigo en tu resurrección! Todavía no vemos esta nueva creación, pero vemos a Jesús, coronado de gloria y de honra.
C. Stanley