El Señor Está Cerca

Día del Señor
6
Marzo

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera.

(Isaías 26:3)

La perfecta paz del creyente

La paz no es algo que crece en el corazón, sino algo que fue hecho por la sangre del Señor Jesús derramada en la cruz y que le es dada al creyente. El Señor de gloria consumó la obra que le fue dada hacer. El Padre lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su diestra. ¿Acaso esto no es para nosotros? ¿Piensas que Él tiene paz con su Padre? No te mires a ti mismo, sino a Él, a Aquel que está sentado en la presencia del Padre, donde ninguna som­bra podrá entrar jamás. Aquel que es el principio y cabeza de una nueva creación, una vez fue coronado con espinas, pero ahora está coronado con gloria. ¿Pueden el pecado y la muerte tener algo más que decirle? Si Él es nuestra paz, entonces la paz que Él tiene en la presencia del Padre es nuestra – su misma Persona en gloria es la paz del creyente. Y Él, que es nuestra paz, también es nuestra vida, y estamos escondidos con Él en Dios.

El asunto no es si nos sentimos en paz. Aquel que sufrió por nues­tros pecados, el Justo por los injustos, es quien ha hecho la paz, y Él es nuestra paz. Podemos conocerla y disfrutarla. La paz que el Señor Jesús tiene con Dios también es nuestra paz. En cuanto al pasado, tengo perfecta paz; en cuanto al presente, tengo absoluto favor; y en cuanto al futuro, tenemos nada menos que la gloria de Dios por esperanza, e incluso podemos descansar ya en tal espe­ranza.

Antes mis pecados estaban entre el Señor Jesús y yo, pero ahora Él está entre mis pecados y yo. Al tomar este lugar, Él me ha hecho saber que, al hacerlo, me ha llevado a sí mismo y que ha llenado mi corazón con su propia paz. En la Persona de mi Señor, estoy limpio y soy transportado más allá del juicio, para siempre. El poder de la muerte ha sido anulado; el poder de Satanás finalmente ha sido quebrantado. Con un corazón alegre, elevo mi cántico de victoria, porque el pecado y la muerte han quedado detrás de mí. «Él es nuestra paz» (Efe. 2:14).

C. Stanley

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