Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos.
En su evangelio, Juan se refiere a sí mismo como el discípulo al cual Jesús amaba en cinco ocasiones. Y esto no es porque Juan se jacte de que el Señor lo amaba a él más que al resto de los discípulos. No, Juan expresa más bien su comprensión de la gracia de Dios hacia él, es como si dijera: «¡Sí, el Señor Jesús me ama!». Alguien dijo una vez: «No trates de amar al Señor más de lo que lo haces, ¡más bien trata de pensar más en su amor hacia ti!» Juan sabía lo que era descansar en el amor y en la gracia del Señor. Sin embargo, también es cierto que Juan tenía una relación particular con el Señor. Por ejemplo, lo vemos recostarse sobre el pecho de Jesús en el aposento alto (Juan 13:25).
Teniendo esto en cuenta, ¡imaginémonos la consternación de Juan, su asombro y su temor cuando vio al Señor Jesús en la isla de Patmos! (Apoc. 1). Él vio «a uno semejante al Hijo del Hombre» (v. 13); realmente se parecía al Señor Jesús que había conocido en la tierra, pero era muy diferente. La reacción de Juan no fue diferente a la de Isaías, Ezequiel o Daniel cuando vieron al Señor. Juan cayó «como muerto a sus pies», porque ya no le quedaban fuerzas en presencia de tal poder y majestad.
Sin embargo, inmediatamente después de su reacción, el Señor Jesús puso su diestra sobre él. Cuando Cristo estuvo en la tierra, Juan experimentó personalmente, y en muchas ocasiones, la gracia de Cristo, ¡y qué precioso ver que esta misma gracia le sea manifestada de parte de su Señor glorificado! Él vio muchas veces cómo la mano del Señor Jesús trajo liberación, sanación o bendición a quienes estaban en necesidad. Y ahora él mismo estaba experimentando la misma compasión de parte de la diestra del «Primero y el último», Aquel que estuvo muerto, pero que vive por los siglos de los siglos.
Brian Reynolds