La gracia de Dios se ha manifestado… enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente.
(Tito 2:11-12 LBLA)
La gracia de Dios nos ha dado el deseo de adornar la doctrina (v. 10), y la naturaleza y el poder para poder hacerlo. Lo que necesitamos ahora es que se nos instruya sobre cómo llevarlo a la práctica.
Así como el sol se levanta cada mañana sobre todas las personas, el Señor Jesús se ha manifestado a todos los hombres. Tristemente, muy pocos aprecian la gracia que Él ha traído. ¿Qué hay de aquellos cuyos corazones han sido abiertos a recibir esta gracia? ¡Oh, que podamos tratar bien a Aquel que ha venido a nosotros y le mostremos total fidelidad! Él nos ha bendecido, nos ha salvado; somos suyos. Pero este es solo el comienzo de los procedimientos de la gracia para con nosotros. La gracia nos salva, pero también nos enseña e instruye en la justicia, como leemos: «enseñándonos que, negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente».
Nos hallamos en la escuela de la gracia. Quizás pensar en una escuela te trae recuerdos de tiempos de difíciles tareas y maestros severos. Ese tipo de cosas pertenecen a la vieja escuela y a su tutor, cuyo nombre es «la Ley»; el maestro de la gracia es diferente: ¡es el Salvador! Es Aquel que dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mat. 11:29-30) Si Él es nuestro Maestro, ¡cuán interesantes deben de ser las lecciones! Además, no solo enseña con palabras, sino por sus acciones. Es nuestro Modelo y Guía, y nosotros somos sus imitadores. Entramos a su escuela el día que nos salvó; estaremos en ella hasta el fin de nuestros días sobre esta tierra; entonces, y solo entonces, nos graduaremos. ¡Que podamos hacerlo con honores para Su gloria!
J. T. Mawson