He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.
Al considerar su vida en la tierra, el Señor pudo decir exacta y honestamente: «Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese» (v. 4). ¡Maravillosas palabras! Que podamos aprender de nuestro bendito Señor a comprometernos a hacer la voluntad de Dios y (con su ayuda) llevar a cabo las cosas que comenzamos hasta finalizarlas.
La maravillosa oración de Cristo nos lleva a un mayor goce de nuestra relación con el Padre y el Hijo: la vida eterna (v. 3). En el momento que creímos, recibimos vida eterna (Juan 3:16). ¿Qué significa esto realmente? El Señor Jesús es «la vida eterna» (1 Juan 5:20), de manera que recibir la vida eterna implica recibirlo a Él. Significa recibirlo en nuestras vidas y cultivar una relación real con Él. El deseo de nuestro Señor es que disfrutemos de la comunión con Él y con el Padre, disfrutando así la vida eterna que Él nos ha dado.
Al comienzo de su oración al Padre, Cristo, a quien Dios ha dado autoridad sobre toda carne, habló de su misión: «que dé vida eterna a todos los que le diste» (v. 2). Su propósito principal era (y sigue siéndolo) que podamos tener comunión continua con el Padre y el Hijo: plenitud de gozo (1 Juan 1:3-4). Nuestro Dios y Padre es quien ha diseñado todo esto, y Él y el Hijo trabajan juntos para permitirnos ser verdaderos adoradores, ya que «el Padre tales adoradores busca que le adoren» (Juan 4:23). Así, Cristo utiliza su autoridad para dar vida eterna a aquellos que se arrepienten y creen. La expresión del Señor: «He manifestado tu nombre» halla respuesta en los discípulos –«[ellos] han guardado tu palabra». ¡Que esto pueda ser cierto de nosotros, que guardemos su Palabra y lo adoremos en espíritu y en verdad!
Alfred E. Bouter