El Señor Está Cerca

Sábado
5
Febrero

Ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de ala­banza.

(Hebreos 13:5)

Sacerdocio santo y sacrificios espirituales

Examinemos la naturaleza del sacrificio que, como sacerdotes santos, tenemos el privilegio de ofrecer. Debemos ofrecer «sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pe. 2:5). Aquí, pues, tenemos la verdadera naturaleza y el carácter de ese sacrificio que, como sacerdotes santos, hemos de ofrecer: «ofrezcamos siempre… alabanza». ¡Bendita ocupación! ¡Santo ejercicio! ¡Oficio celestial! Y esto no ha de ser algo ocasional. No es solo para algún momento singularmente favorable, cuando todo parece brillar y sonreír en torno nuestro. No ha de ser solamente en el medio de la llama y el fervor de alguna reunión especialmente poderosa, cuando la corriente del culto fluye de forma profunda, amplia y rápida. No; la expresión es: «siempre… alabanza».

No hay lugar ni tiempo para quejas y murmuraciones, mal humor y descontento, impaciencia e irritabilidad, lamentación por lo que nos rodea, sea lo que fuere, quejarse del clima, hallar faltas en aquellos con quienes nos relacionamos, ya sea en público o en privado, ya sea en la congregación, en el negocio o en el círculo familiar.

Los sacerdotes santos son traídos cerca de Dios, en santa liber­tad, paz y bendición. Respiran la atmósfera, y caminan a la luz de la presencia de Dios, donde no hay materiales que puedan servir de pasto para una mente avinagrada y descontenta. Podemos sen­tar como principio fijo que dondequiera que oímos a alguien que echa por su boca una sarta de quejas sobre las circunstancias, su prójimo, etc., ese tal no comprende lo que es el sacerdocio santo y, como consecuencia, no muestra los frutos prácticos de tal sacer­docio. Un sacerdote santo está siempre alegre, siempre radiante, siempre alabando a Dios. Es cierto que puede ser puesto a prueba de mil maneras; pero esas pruebas las trae a Dios, no con quejas a sus semejantes. «Aleluya» es la expresión apropiada del miembro más débil del sacerdocio cristiano.

C. H. Mackintosh

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