Ana oró y dijo: Mi corazón se regocija en Jehová.
El Espíritu de Dios nos dice que ésta es una oración de Ana, así que se trata de palabras que ella le dirigió al Señor, y que se nos dejaron escritas en la bendita Palabra de Dios para nuestra enseñanza. ¡Es una asombrosa porción de la Escritura! Ana dijo: «Mi corazón se regocija en Jehová». ¡Qué maravilloso es ser llevado a tal estado de alegría y victoria! Hubo un tiempo en el que ella lloraba, un tiempo en el que su alma y su corazón estaban apesadumbrados, pero el Señor vino y la libró. Y ella, en lugar de estar ocupada solamente con su liberación, está llena de su Libertador. Gran parte de lo que se enseña hoy en día está dirigido a que nos enfoquemos en nosotros mismos y en la obra del Espíritu en nosotros, más que con Cristo y su obra por nosotros.
Lo que caracteriza a Ana es que no se mira a sí misma; ella está ocupada con el Señor. Si conocemos al Señor Jesús como nuestro Salvador, entonces nuestras almas deben ser capaces de alabarlo aun en las circunstancias más difíciles. Cuando Ana pronunció esta oración, ella enfrentaba una gran prueba en su corazón: debía dejar a Samuel con Elí. No tengo duda que su corazón se apretó fuertemente al dejar a su hijo, pero ella se regocijó en el Señor, se glorió en el Señor, y estaba contenta en el Señor. Esa es una gran lección para cada uno de nosotros.
Una de las razones por las que nos conducimos en este mundo tan lánguidamente, con tanta pereza y vacilación, es que no estamos felices en el Señor. A veces pienso que somos muy mala publicidad para lo que profesamos creer. Aquellos que conocen a Jesús como su Salvador y Señor deberían ser las personas más felices y llenas de júbilo en todo el mundo. Esto no significa que no tengamos tristezas; las tendremos, pero tal como lo dijo el apóstol: si tenemos tribulaciones y dolores, podemos igualmente estar siempre gozosos (2 Cor. 6:10); dolores en el fondo, alegría en lo alto.
F. C. Blount
