Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de todo en igual peso, y harás de ello el incienso… Y molerás parte de él en polvo fino, y lo pondrás delante del testimonio en el tabernáculo de reunión, donde yo me mostraré a ti.
La fragancia del incienso que sube a Dios es una hermosa figura de la adoración. En los versículos que siguen, Moisés nos muestra cuán serio era esto para Dios: «Como este incienso que harás, no os haréis otro… Cualquiera que hiciere otro como este para olerlo, será cortado de entre su pueblo» (v. 37-38). Este perfume especial, símbolo de la adoración, debía ser santo y único. Si alguien trataba de replicar este perfume para sí mismo, ya sea para olerlo o perfumarse, le significaba la muerte.
Pero este perfume también simboliza algo mucho más significativo que la simple mezcla de ciertos ingredientes. Representa lo que nuestras vidas deben ser para Dios. Nuestras vidas deben ser como este perfume: santo, aceptable, fragante, ascendiendo a Dios en olor grato. Esto es lo que Pablo nos dice en la carta a los Romanos: «que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Rom. 12:1). En 2 Corintios 2:15 él nos recuerda: «Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden».
Estos versículos nos recuerdan que debemos vivir nuestras vidas como un acto de adoración a Dios. Hay otros versículos que nos recuerdan que lo que hacemos debe ser un «olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Fil. 4:18; He. 13:16). Pero no solo lo que hacemos, sino también lo que somos debe ser como incienso ofrecido a Él. Así como los israelitas no debían usar incorrectamente el santo incienso, nosotros tampoco debemos utilizar de mala manera la vida que Dios nos ha dado. Estamos en este mundo para su gloria, para ser santos y aceptables a Él.
Tim Hadley Sr.
