El Señor Está Cerca

Martes
25
Enero

Vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.

(Lucas 22:61-62)

Caída y restauración

¡La caída de Pedro es una imagen dolorosa de nuestra propia debili­dad cuando nos alejamos de Dios! Pedro estaba al alcance de la voz de Jesús, sin embargo, se apartó de Él y lo negó. Y Jesús lo escu­chó, y se dio media vuelta y lo miró. «¿No me conoces, Pedro?» Fue lo que dijo aquella mirada. «¿No me conoces?»

¿Qué tipo de mirada piensas que fue? ¿Una mirada de despre­cio, enojo y reproche? ¿Expresaba palabras tales como: “misera­ble, mentiroso”? Sin duda que él lo merecía, ¡pero no fue así! Fue una mirada de amor decepcionado, de amor tierno y fuerte. Una mirada que decía: «Aún te amo, Pedro: si tú no me conoces, yo te conozco». Y Pedro salió fuera, y lloró amargamente.

No me asombra que él haya llorado amargamente. Pedro se derrumbó ante la gracia del corazón que había dañado; y más tarde se nos relata el encuentro del Señor con su discípulo caído. Él se le apareció a Simón después de su resurrección (Lucas 24:34).

El hecho quedó registrado, ¿pero te has preguntado alguna vez cómo lo restauró? ¿No te has preguntado que pasó entre el Señor y Pedro aquel día? Él no nos dice. Solamente sabemos que Él se le apareció. El Señor no nos dice todo lo que sucede entre un alma y Él mismo. Él no solo restauró a Pedro, sino que también lo condujo a juzgar aquello que lo había alejado de Él, y entonces la comunión quedó restablecida. Aquel que se ha alejado jamás estará a cuen­tas con Dios hasta que se ha librado de la confianza en sí mismo. Dios restaura tu alma cuando vuelves y juzgas el punto inicial de tu alejamiento. El Señor hace lo que nosotros jamás hacemos. Noso­tros decimos: «Jamás podré volver a confiar en tal o cual persona después de lo que me hizo o sucedió». El Señor nos demuestra que pudo confiar en Pedro después de haberlo llevado a juzgarse a sí mismo.

W. T. P. Wolston

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