Vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.
¡La caída de Pedro es una imagen dolorosa de nuestra propia debilidad cuando nos alejamos de Dios! Pedro estaba al alcance de la voz de Jesús, sin embargo, se apartó de Él y lo negó. Y Jesús lo escuchó, y se dio media vuelta y lo miró. «¿No me conoces, Pedro?» Fue lo que dijo aquella mirada. «¿No me conoces?»
¿Qué tipo de mirada piensas que fue? ¿Una mirada de desprecio, enojo y reproche? ¿Expresaba palabras tales como: “miserable, mentiroso”? Sin duda que él lo merecía, ¡pero no fue así! Fue una mirada de amor decepcionado, de amor tierno y fuerte. Una mirada que decía: «Aún te amo, Pedro: si tú no me conoces, yo te conozco». Y Pedro salió fuera, y lloró amargamente.
No me asombra que él haya llorado amargamente. Pedro se derrumbó ante la gracia del corazón que había dañado; y más tarde se nos relata el encuentro del Señor con su discípulo caído. Él se le apareció a Simón después de su resurrección (Lucas 24:34).
El hecho quedó registrado, ¿pero te has preguntado alguna vez cómo lo restauró? ¿No te has preguntado que pasó entre el Señor y Pedro aquel día? Él no nos dice. Solamente sabemos que Él se le apareció. El Señor no nos dice todo lo que sucede entre un alma y Él mismo. Él no solo restauró a Pedro, sino que también lo condujo a juzgar aquello que lo había alejado de Él, y entonces la comunión quedó restablecida. Aquel que se ha alejado jamás estará a cuentas con Dios hasta que se ha librado de la confianza en sí mismo. Dios restaura tu alma cuando vuelves y juzgas el punto inicial de tu alejamiento. El Señor hace lo que nosotros jamás hacemos. Nosotros decimos: «Jamás podré volver a confiar en tal o cual persona después de lo que me hizo o sucedió». El Señor nos demuestra que pudo confiar en Pedro después de haberlo llevado a juzgarse a sí mismo.
W. T. P. Wolston