Has dado a los que te temen bandera que alcen por causa de la verdad… Para que se libren tus amados.
Al borde de la desesperación, David miró hacia arriba, lejos del rebaño disperso, la tierra calamitosa y las tinieblas circundantes; y su angustia se transformó en alegría, sus suspiros dieron paso al cántico, pues vio una bandera desplegada y flameando libre y hermosa sobre él. Esa bandera condujo un ejército a la victoria. Fue izada por primera vez cuando Israel batalló contra Amalec en el desierto, quebrantando su poder a filo de espada. Entonces Moisés edificó un altar al Señor y lo llamó «Jehová-nisi», el Señor es mi estandarte (bandera).
La bandera del Señor no puede ser derrotada: se mantiene en alto por el poder inalterable del Espíritu Santo. Escucha como Pablo la describe en su carta de despedida a su hijo Timoteo: «no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (2 Tim. 1:8). El testimonio del Señor es nuestra bandera. Sobre esta bandera veo alojado un pesebre, una cruz de vergüenza, una tumba vacía y un trono de gloria. Todo habla de Cristo. Cristo descendió a humanidad en gran humillación; Cristo fue crucificado; Cristo triunfó sobre la muerte; Cristo está coronado de gloria y honra, y sin duda alguna vendrá otra vez como Rey de reyes y Señor de señores. Cristo es la verdad, y la bandera desplegada es por causa de la verdad, para que sus amados sean librados.
Las cosas no podían estar peor cuando Pablo las describió en su carta de despedida. Sin embargo, Pablo utilizó expresiones desafiantes que reprenden todo «derrotismo», toda la carta es un llamado de trompeta a «todo aquel que invoca el nombre del Señor». La bandera del Señor no es un estandarte sectario: que sí los hay sobre todo el campo de batalla –trapos sucios–, pero este es el Estandarte Real, y todo buen soldado de Jesucristo se congrega bajo él.
J. T. Mawson