Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.
En Romanos 5 leemos tres veces que tenemos motivos para «gloriarnos» o «gozarnos». Primero se nos dice que, habiendo sido justificados por fe, nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. ¡Qué contraste con la declaración previa de esta carta, la cual nos dice que todos hemos pecados y no alcanzamos la gloria de Dios (Rom. 3:23)! Antes no alcanzábamos aquella gloria, tal como un hombre que intenta saltar un kilómetro, de un barranco a otro, y no alcanza el otro extremo. Ahora, como creyentes, podemos gloriarnos en la esperanza de estar en aquella gloria.
¿Qué fue lo que hizo la diferencia? ¿Es porque de alguna manera hemos sido capaces de mejorar nuestra condición y hacernos aptos para aquella gloria? ¡Imposible! En lugar de eso, Dios ha forjado un camino para justificar al impío (Rom. 4:5). El mismo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación (Rom. 4:25). La resurrección de Cristo es la prueba fidedigna de que todo lo que expulsaba al creyente de la gloria de Dios ahora ha sido quitado. Todo el que cree es justificado de todas las cosas, tiene paz con Dios y gozo, por fe, de acceso inmediato ante Su presencia.
Sin embargo, hay algo más por lo que esperamos, y es estar allí, en la misma gloria de Dios. En Hechos 7, Esteban miró hacia arriba a través de los cielos abiertos y vio al Señor Jesús en la gloria de Dios. ¡Maravillosa verdad, hay un Hombre en la gloria de Dios! Hebreos 6:20 nos dice que Él es nuestro precursor, y debido a que Él está en los cielos, nosotros también estaremos allí. Cuando Él venga, ¡seremos transportados desde este mundo de pecado a la gloria de Dios! ¡Qué esperanza poseemos para gloriarnos!
Kevin Quartell
