Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu.
¡Qué oportunas palabras! Un espíritu contrito y quebrantado constituye una de las necesidades más urgentes. La mayor parte de nuestros problemas se deben a la falta de esto. Son verdaderamente admirables los progresos que hacemos día a día en la vida familiar, en la asamblea, en el mundo, en toda nuestra vida práctica, cuando el yo es subyugado y mortificado. Miles de cosas que, sin este ejercicio, subyugarían nuestros pobres corazones, son estimadas como nada cuando nuestras almas se hallan en un estado verdaderamente contrito. Podemos entonces soportar reproches e insultos; pasar por alto menosprecios y afrentas; pisotear nuestros caprichos, predilecciones y prejuicios, y también ser más dóciles con los demás; estar dispuestos a toda buena obra, manifestar una agradable anchura de corazón en todas nuestras relaciones y ser menos rígidos en nuestro trato con los demás de modo de adornar la doctrina de Dios nuestro Salvador.
Pero, ¡ay, cuán a menudo ocurre lo contrario con nosotros! Manifestamos un temperamento reacio, inflexible; bregamos en favor de nuestros derechos; defendemos nuestros propios intereses; solo nos enfocamos en nosotros, y defendemos y luchamos por nuestras propias ideas. Todo esto demuestra claramente que nuestro yo no es ponderado ni juzgado de forma habitual en la presencia de Dios.
Sin embargo, lo repetimos con énfasis: Dios quiere vasos rotos. Nos ama demasiado como para dejarnos en nuestra dureza y tozudez; y por eso estima conveniente hacernos pasar a través de todo tipo de ejercicios a fin de traernos a un estado de alma en que pueda utilizarnos para su gloria. Es necesario que la voluntad sea quebrantada, que la confianza propia, la autosatisfacción y la importancia personal sean arrancadas de cuajo. Dios se valdrá de las escenas y circunstancias que debemos atravesar, así como de las personas con que nos relacionamos en la vida diaria, a fin de disciplinar nuestro corazón y quebrantar nuestra voluntad. Y, además, el mismo tratará directamente con nosotros a fin de lograr estos formidables resultados prácticos.
C. H. Mackintosh