Se levantó después de ellos otra generación que no conocía a Jehová, ni la obra que él había hecho por Israel. Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores… y provocaron a ira a Jehová. Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot.
El libro de los Jueces comienza con algunos detalles acerca de cómo el pueblo de Israel fracasó en servir al Señor luego de la muerte de Josué. La unidad que habían mostrado en seguir a Josué (una figura en muchos aspectos del Señor Jesús) ya no era evidente. A cada tribu se le había designado su herencia, pero una tribu tras otra fracasó en deshacerse de los habitantes de la tierra que aún quedaban. Casi no leemos de que las tribus hayan buscado la dirección o la ayuda del Señor. En lugar de eso, el libro está caracterizado por que «cada uno hacía lo que bien le parecía».
Al permitir que los habitantes de la tierra quedaran arraigados en las diversas ciudades a lo largo de todo el territorio, los israelitas quedaron expuestos a la idolatría y a los hechos perversos de estos pueblos paganos. Dios, en su soberanía, había mandado a Israel que no debía dejar a nadie con vida, que debía destruir por completo a los pueblos que habitaban la tierra, «para que no os enseñen a hacer según todas sus abominaciones que ellos han hecho para sus dioses, y pequéis contra Jehová vuestro Dios» (Deut. 20:16-18). Israel no obedeció a Dios y comprobaron cuán duras son las consecuencias de la desobediencia.
Es vital que sigamos plenamente las instrucciones que Dios nos da en su Palabra. La verdadera obediencia proviene de un verdadero amor al Señor. La obediencia parcial, comprometiendo Sus intereses, emanan de una falta de amor al Señor y de un alejamiento de su Palabra.
Eugene P. Vedder, Jr.
