Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla.
La familia es una provisión maravillosa que Dios ha establecido para el bien de la humanidad, desde el principio de la creación hasta el fin. Mientras la tierra permanezca, la unidad de la familia es aprobada y sustentada por Dios (Gén. 5:1-2; 10:1-5). Hombre y mujer los creó; y los bendijo. Un esposo y una esposa son el fundamento de una familia. Ya que Dios ha instituido la unidad de la familia, también ha dado pautas en su Palabra para que nos comportemos conforme a su propósito para nosotros. Esto aplica a cada uno de nosotros personalmente.
Un ejemplo asombroso de esto lo vemos en Deuteronomio 6, donde Dios se dirige a la nación de Israel: «Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes» (v. 5-7).
Estas instrucciones explícitas cubren todos los fundamentos. Consideremos lo que es primordial en la conducción de mi propio hogar: tener una relación correcta con el Señor, una relación de amor. En esto reside el secreto de la paz y la felicidad en todo hogar cristiano. Si estoy disfrutando de la comunión con el Señor y caminando con Él, entonces esto influirá sobre todos los que viven en mi casa. Los miembros de la familia compartirán este gozo. Cuando me doy cuenta que sin el Señor no puedo hacer nada, entonces soy impulsado a quitar la vista de mi mismo y confiar completamente en Él. En tal caso, somos capaces de decir: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Fil. 4:13).
Jacob Redekop