Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
Los discípulos estaban teniendo una noche difícil batallando en el mar contra el viento y las olas. Era tan solo un viaje de 10 kilómetros, sin embargo, tan solo habían alcanzado la mitad de la navegación. ¡Se acercaba el amanecer (la «cuarta vigilia») y habían zarpado al comienzo del atardecer! Cada minuto que pasaba, el cansancio era mayor, pues su pequeña embarcación era golpeada por las olas del mar. ¡En ese instante se asustaron grandemente por la aparición de alguien caminando sobre el mar! Pero no había de qué asustarse: ¡era el Señor Jesús!
El Salvador había estado orando por ellos mientras estaba en el monte y había bajado a ayudarlos. Esta es una figura preciosa del servicio del Señor en la actualidad: Él intercede por nosotros a la diestra de Dios mientras atravesamos una escena de conflicto en este mundo. Mateo, Marcos y Juan relatan esta preciosa escena de los discípulos en la barca azotada por las olas. Pero solamente Mateo nos dice que Pedro salió de la barca para caminar sobre las aguas por mandato del Señor.
Cuando Pedro sacó sus ojos del Señor y los puso en la tempestad, él comenzó a hundirse y clamó: «¡Señor, sálvame!» (v. 30). Esto nos deja dos lecciones importantes. Primero, él no se hundió debido a las grandes olas y el fuerte viento. Como alguien dijo: «Es igual de imposible caminar sobre aguas tranquilas como sobre aguas tempestuosas». Nuestros ojos deben estar puestos en Jesús, o no caminaremos en victoria sobre aquello que busca hundirnos.
En segundo lugar, la mano del Señor Jesús es poderosa para salvar, no solo a pecadores, sino también a creyentes. Él es capaz de salvar perpetuamente a los que se acercan a Dios, porque vive para interceder por ellos (He. 7:25). Necesitamos su ayuda diariamente, y si hemos fallado, Él puede librarnos y restaurarnos. Cristianos, ¡miremos a Él!
Brian Reynolds