No habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
Al comenzar un nuevo año retomemos en nuestro corazón este Nombre, el cual es el inicio de todo el lenguaje cristiano. «Abba» es la forma de hablar de un niño, sin embargo, está lleno de significado, tanto así que el creyente más anciano aún necesita comprenderlo más y más. Es asombroso que se haya dejado sin traducir. Se nos muestra tal como el mismo Señor lo utilizó en su agonía (Marcos 14:36). Se nos ha dejado este Nombre y se nos ha dado, y podemos tomarlo tal como está, con el mismo sonido que provino de Sus labios cuando se dirigió al Padre en Getsemaní (ver Gál. 4:6).
Debido a la gracia inefable hemos sido introducidos en esta relación, de manera que el nombre Abba puede salir de nuestros labios cuando dirigimos nuestras oraciones a Dios. Este nombre nos describe el carácter de esta relación. No es una relación de esclavitud o temor. No hay una brecha que nos separa de Él, todo lo contrario: somos hechos cercanos. Esto implica una santa intimidad entremezclada con la más profunda reverencia. Describe un amor particular hacia nosotros y un cuidado especial que nos atrae y aferra con lazos inquebrantables a Aquel que lleva tal Nombre; un amor que crea dentro nuestro una confianza y sumisión creciente.
Este Nombre se vuelve extremadamente dulce y bendito cuando consideramos los sufrimientos del tiempo presente, (v. 18) los cuales afectan a muchos de los hijos de Dios. Cuando estas dos cosas son vistas juntas, podemos decir: «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (v. 28). Descansamos en el conocimiento del perfecto amor y cuidado de Dios, e independientemente de nuestras circunstancias, nos sujetamos a su voluntad y confiamos en su amor permanentemente hasta que los sufrimientos presentes den lugar a la gloria que nos será revelada, ¡a quienes somos hijos amados de Dios y sus herederos!
J. T. Mawson