Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño … Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
El nacimiento de Salvador no fue anunciado por el ángel a los habitantes de Jerusalén, ni a los jefes de Belén. Los que recibieron primeramente la noticia fueron los pastores que guardaban sus rebaños durante las vigilias de la noche. El Salvador había venido por todos los que iban a poner su confianza en Él, pero, al dirigirse a los pastores, el ángel subrayó que Él había nacido para ellos; y cada uno de nosotros puede decir: Él vino a esta tierra por mí.
El ángel agregó: “Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc. 2:12). ¡Qué señal tan extraña para distinguir a Cristo el Señor entre todos los niños de Belén! ¡Él iba a estar acostado en un pesebre! Saúl, el primer rey de Israel, se distinguía porque “hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo” (1 S. 9:2). Sin embargo, la señal distintiva de Jesús fue su extrema pobreza. En 2 Corintios 8:9, Pablo escribió: “Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”. Tal fue Aquel que estuvo en el pesebre de Belén.
Los pastores se apresuraron y “hallaron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre” (v. 16). Luego de haberlo visto, ellos proclamaron lo que se les había dicho acerca de este Niño, y volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído. Aquel niñito que vino a ser nuestro Salvador atrajo sus miradas y se ganó sus corazones.
¡Gracias a Dios por su don inefable! (2 Co. 9:15)
G. André