Uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres? … Yo planté, Apolos regó … Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento.
(1 Corintios 3:4, 6-7 LBLA)
¡Con qué rapidez el hombre se volvió prominente en la Iglesia, cuando solo Cristo debía ser exaltado! Donde solamente el Maestro debía verse, el siervo dotado quiso hacerse notar. “Uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?” Este es el severo reproche del Espíritu de Dios a través de la pluma del apóstol. En estos últimos días de la historia de la Iglesia, ¡este reproche debería expresarse con igual o mucho mayor fuerza!
Debemos agradecer a Dios por cada don que Él ha dado para la divulgación del evangelio y la edificación de los santos. “Sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas … todo es vuestro” (v. 22). Claramente no podemos ignorar el hecho de que Cristo, habiendo ascendido al cielo, y conforme a sus propias promesas, ha dado dones y lo continuará haciendo hasta el fin (Ef. 4:12-13). Sería una necedad el negar que muchos de estos dones están en ejercicio en la actualidad y que son ricamente bendecidos por Dios, tanto en la conversión de los pecadores como en el consuelo y la edificación de los creyentes, aun cuando no siempre caminen conforme a lo que enseña la Palabra de Dios.
“Ninguno se gloríe en los hombres” (v. 21). Por lo tanto, no menospreciemos a un don, porque estaríamos despreciando al Dador; por otra parte, no exaltemos indebidamente al don a expensas del Dador. El siervo, aunque dotado, es simplemente el instrumento que Dios utiliza para hacer creer a otros. El instrumento no es nada en sí mismo. Un Pablo podía plantar, y un Apolos podía regar, pero solo Dios da el crecimiento. Esto humilla nuestros corazones, pero exalta al Señor y glorifica a Dios. El que planta no es nada; el que riega no es nada; y, sin embargo, para alentar al siervo, la Palabra dice: “cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (v. 8).
A. H. Burton