Después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios. Al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro.
Ciertamente habrá una resurrección, pero nuestro cuerpo ya no será “carne y sangre”. Cuando Cristo resucitó, era Él mismo, y les pidió a sus discípulos que palparan y vieran que tenía carne y huesos— no “carne y sangre” (Lc. 24:39), que es la vida natural del hombre ahora. Cuando la resurrección venga, nuestros cuerpos continuarán siendo de carne y hueso, pero glorificados; y en lugar de que la sangre sea la fuente de la vida (Lv. 17:11), lo será el espíritu, el carácter divino de la existencia. Actualmente, si alguien se desangra, muere. Cuando resucite de entre los muertos, el cuerpo seguirá siendo un cuerpo real y tangible, pero tendrá un aspecto nuevo: "no lo reconocieron" (Lc. 24:16).
Actualmente todos estamos limitados; tan limitados que incluso un hombre fuerte puede ser detenido por una puerta de roble de una pulgada de espesor. Pero cuando llegue el día de la resurrección podremos pasar a través de todo, tal como lo hizo nuestro Señor, quien, a propósito, entró donde estaban sus discípulos cuando las puertas estaban cerradas (Jn. 20:19). Quizás me digas: «pero la piedra fue removida del sepulcro»; sí, pero no fue para dejar salir al Señor; fue para que los discípulos vieran que Él ya no estaba allí. El cuerpo glorificado tiene un poder propio y puede pasar a través de cualquier cosa. Evidentemente esto no pasa ahora. El hombre es muy limitado y débil; cosas pequeñas lo detienen o incluso lo matan. Pero no será así cuando el cuerpo sea resucitado en poder, incorrupción y gloria.
“En mi carne he de ver a Dios”. Job sabía que resucitaría y que volvería a la vida, y que viviría de una forma gloriosa, poderosa e incorruptible. “Al cual veré por mí mismo”. Ah, él no tenía miedo de ver al Señor. Le encantaba pensar en Él, y esperaba con certeza su intervención. “¡Y mis ojos lo verán, y no otro!”
W. Kelly