No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Necesitamos darnos cuenta que esto no es un asunto intermitente, como el interruptor de «apagado/encendido». Nuestro Dios quiere llevarnos a hacer diferentes cosas en momentos diferentes, pero nunca habrá un «tiempo muerto» en el que podemos seguir nuestros propios caminos. Si el verbo “presentar” en el versículo 1 significa un compromiso hecho una vez y para siempre, el versículo 2 nos dice cómo podemos sostener esto diariamente. El mundo tiene una agenda completamente diferente. Después de todo, sus gobernantes crucificaron al Señor Jesús, aquel cuya comida era hacer la voluntad del que lo envió (Jn. 4:34). Sin embargo, la tecnología actual logra que absorbamos fácilmente las ideas y valores del mundo, lo que genera un peligro evidente: nuestro corazón, con todos sus pensamientos e intenciones, está siendo moldeado por este mundo como nunca antes. No debemos dejar que esto suceda; porque esto impedirá que descubramos cuál es la voluntad del Señor para nosotros.
Necesitamos que nuestra mente se transforme diariamente por medio de la lectura de la Palabra, orando y dejando que esta llene nuestros pensamientos bajo el poder y la guía del Espíritu Santo. Al hacerlo, ella permeará nuestra forma de pensar y nuestra vida se transformará (desde adentro), como la metamorfosis de la oruga en mariposa. Pensaremos, hablaremos y actuaremos más y más como el Señor Jesús. No solo conoceremos la buena, aceptable y perfecta voluntad de Dios, sino que también la pondremos en práctica.
Tengamos en cuenta que las palabras “sacrificio” y “mente” están en singular. La exhortación de Pablo es personal, pero no está dirigida a unos pocos. Conocer y hacer la voluntad de Dios debe ser un ejercicio constante para todos los creyentes; una respuesta adecuada y fervorosa a Su gran amor. “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).
Simon Attwood