Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.
Esta es una de las preguntas más frecuente entre los cristianos. Muchas predicaciones, libros, sitios de internet, blogs, sí, también devocionales, han tratado de responderla, y, sin embargo, la respuesta de Dios, de forma resumida, está en los dos primeros versículos del capítulo 12 de Romanos. Está en forma de ruego, el cual se basa en el amor misericordioso de Dios, el cual forjó el camino de la salvación, tal como Pablo lo expuso en la primera parte de esta epístola (cap. 1-8). ¿No nos conmueve saber que Dios es por nosotros, y que lo demostró al no escatimar ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros? (Ro. 8:31-32)
Si este sentimiento ha penetrado nuestras almas, entonces el paso siguiente es claro: debemos presentar nuestros cuerpos (todo lo que somos en la práctica) como un sacrificio vivo. Si Jesús (sobre quien la muerte no tenía ningún derecho) murió por nosotros, entonces debemos presentarle nuestras vidas (sobre las que tiene todo derecho) en sacrificio. En el original griego, la palabra “presentar” está en tiempo aoristo, un tiempo verbal que indica que algo hecho una vez permanece siendo cierto. Piensen en el que presentaba una ofrenda en el Antiguo Testamento; cuando ponía su sacrificio en el altar, ya no podía volver a tomarlo. Lo mismo sucede con nosotros, cuando hemos presentados nuestros cuerpos a Dios, ya no tenemos opción de renunciar o retirarnos; es un compromiso para toda la vida, el cual reconoce que nuestro Salvador y Señor es eminentemente digno.
Obviamente, no podemos hacer esto «como se nos plazca», sino seríamos como aquellas personas en el Antiguo Testamento que ofrecían a Dios lo ciego, lo cojo y lo enfermo (Mal. 1:8). Nuestro servicio debe estar en conformidad con su santa naturaleza, y con el solo objeto de complacerlo. No es algo opcional: es la forma razonable (y lógica) de vivir para todos los cristianos, si realmente queremos hacer su voluntad. ¡Qué desafío para todos nosotros!
Simon Attwood