Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana … vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros.
Al atardecer del día de la resurrección, los discípulos se reunieron en un aposento alto, con las puertas cerradas, y Cristo apareció en medio de ellos. Cuando todos los ojos estaban puestos en Jesús, Él los saludó con estas benditas palabras—palabras jamás pronunciadas antes, y que eran expresadas como fruto de su sangre derramada en la cruz: “Paz a vosotros”. Y luego, para confirmar sus palabras, les mostró sus manos y su costado. De aquellas manos, y de aquel costado, había fluido la sangre por la cual había hecho la paz; y, habiendo hecho la paz, les anunció que ella les pertenecía, pues Él había resucitado de entre los muertos. ¡Con qué gracia y dulzura el Señor Jesús les habla del amor de Dios! Débiles, pobres, falibles, dubitativos, faltos de comprensión; ¡pero Jesús se tomó el tiempo de darles a conocer aquella paz lograda al precio de su sangre derramada en la cruz! “Paz a vosotros … Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor” (v. 20).
Ahora trata de ubicarte en medio de aquella pequeña compañía en el aposento alto. Fija tus ojos en Jesús, quien se encuentre en medio de ellos, y escucha sus palabras llenas de certeza: “Paz a vosotros”. Sus palabras siguen siendo las mismas; y aquellas manos y aquel costado cuentan la misma bendita historia: paz a todos los que creen. Jesús hizo la paz, y ahora la anuncia. Los discípulos se regocijaron viendo al Señor; y sigue habiendo gozo para todo el que cree en su bendita Palabra. ¡Oh! ¡Qué gozo! Gozo en la presencia de Dios, en una escena despejada, llena de luz y amor, donde la gracia reina por medio de la justicia, y donde el amor divino se deleita en aquellos que se acercan por la sangre de Jesús.
A. H. Rule
Mi paz es eternal, en Cristo firme está,
Su muerte en cruz la hizo tal, a Dios la gloria allá.
H. Bonar