Vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió.
¿Cómo es contigo? Permíteme preguntar: ¿es tú caso? ¿Quieres algo que Dios no te permite tener? De forma natural, el hombre no cree que Dios sea competente para hacerlo feliz y, por lo tanto, desea las cosas del mundo, suponiendo que pueden darle felicidad. Finalmente, este es el estado sutil de la carne, incluso en los hijos de Dios: no confiar en que Dios nos puede hacer felices.
¡Qué innumerables penas y dolores han resultado de la desobediencia del hombre! De hecho, es un acto de misericordia, en cierto sentido, que el hombre deba ganarse el pan con el sudor de su frente, porque esto le impide que se entregue a la satisfacción ilimitada de sus pasiones, lejos de Dios. Cuando el alma se halla afligida y abatida, aquello no es pecado en sí mismo. Sin embargo, el pecado surge cuando se desconfía de Dios. Satanás busca entrar con todo su poder para entenebrecer el alma y generar desconfianza en Dios. Dios quiere que confiemos en la certidumbre de su amor.
Eva tenía el lugar más elevado en el mundo; estaba rodeada de bendiciones, y poseía verdadera felicidad. El estado del hombre en Edén era de felicidad, aunque no era un estado de poder espiritual como el que poseemos los creyentes ahora. Sin embargo, en el mismo instante que ella experimentó desconfianza hacia Dios, dudando de que fuera capaz de hacerla feliz, vino la caída. Desconfiar en Dios es la condición natural del hombre: todos buscan su propia felicidad en un aspecto u otro, ya que no confían en Dios para hacerlos felices. Es solemne pensar que la mitad del mundo trabaja para proveer a los placeres de la otra mitad. ¡Meditemos en ello!
J. N. Darby
¿Dónde buscas la felicidad
en este mundo donde todo se va?
¿Tienes en tu corazon
Para Jesús un lugar?
C. Rochedieu